Habiendo planteado el Problema Pansófico y
su importancia para la tradición rosacruz, es el momento de rastrear
los diversos grupos de conservadores que velaron por mantener
encendida la llama de la tradición occidental. No cabe dudas que la
Divina Comedia es uno de los trabajos que mejor han cumplido este cometido. Por su majestuosidad, no sólo tuvo repercusión en lo esotérico,
sino también en lo artístico. Fue este éxito lo que aseguró su difusión y permanencia en la cultura de occidente. Estamos ante una obra que desbordó lo poético, lo religioso y lo iniciático, y se constituyó en uno de los iconos de la literatura universal. Su estudio profundo, requeriría una serie propia. En el presente artículo, sólo deseamos poner en evidencia su naturaleza pansófica. Para ello, trataremos de esbozar algunas características de este bello poema que señalan su vocación de ser "El Libro de los libros".
Siendo el periplo por la Creación el eje y el ejemplo a imitar que nos propone la obra, si la intensión es conservar los mecanismos que permiten realizar esta epopeya, la aventura que vivió el poeta tiene que ser igual de accesible a todos los buscadores de la Verdad. Dante
declara en el canto primero que su maravilloso viaje comienza a
partir de que se desvía de su camino y entra en un estado de sueño
continuo. Queda atrapado en una especie de sopor que lo absorbe y finalmente lo conduce a un lugar imposible,
pero absolutamente real:
“Ni podría
explicaros como entré en semejante sitio, pues en el instante en que
abandoné mi verdadera senda me dominaba casi del todo el sueño.”
En estos versos, no sólo debemos ver una referencia a la Caída, donde la verdadera senda es la del Hombre Primordial que, al ser exiliado, su conciencia queda atrapada en los dominios del sueño material. Dante, también nos dice que la travesía que emprende no se inicia en un lugar geográfico determinado. Mas bien, nos manifiesta que se trata de algo extraordinario. Como si el punto de partida no estuviera en ningún sitio, sino en todos al mismo tiempo. Entonces, debemos entender que nos habla de un viaje hacia adentro, y no hacia afuera.
El peregrinaje interior, a través de los sueños, es algo bien conocido por
los iniciados. No sólo en su aspecto literario o simbólico, sino también en el práctico. Atravesar los sueños, es sumergirse en el mediador plástico, en la astralidad. Dante nos indica que, hallándose en ese estado de conciencia onírica, penetró en su propio orden psíquico. La misma alegoría la utilizó Hermes Trimegisto en el comienzo del Poimandres, cuando explica como se le manifestó el Nous, o Intelecto Divino:
“Un
día que había comenzado a meditar sobre los seres, y que mi
pensamiento volaba en las alturas mientras mis sentidos corporales
estaban atados como les ocurre a aquellos a los que vence
un pesado sueño traído por exceso de alimento o por una gran fatiga
del cuerpo,
me pareció que ante mí se aparecía un ser inmenso, más allá de
cualquier medida definible que, llamándome por mi nombre, me dijo: -
¿Qué es lo que quieres oír y ver, y aprender y conocer por el
entendimiento?”
Esta intertextualidad es inesperada para los autores de ambos textos. Dado que, si
bien el Corpus Hermeticum es anterior a La Divina Comedia, no es
factible que Dante haya tenido acceso al Poimandres, porque la traducción de Marsilio Ficino comenzó a circular en Europa recién a partir de 1471.
Por lo que debemos concluir, que tanto el autor del Corpus como Dante, se refieren a hechos que acontecen en su propia alma. Entonces, no debe sorprendernos que la selva obscura y tenebrosa del poeta florentino nos recuerde al bosque
de los errores de Saint Martin.
La búsqueda de la fuente
del Ser, de dónde emana la Vida Eterna que sostiene todos los seres
y todas las cosas, no se trata de un viaje hacia lugares distantes ni
exóticos. Es una peregrinación hacia el centro de nosotros mismos.
El misterio que rodea el origen de esta Panacea Universal, son
nuestras propias Tinieblas. Es así, que la epopeya de la búsqueda
de la Inmortalidad, nace como un relato oral que narra las aventuras
del Héroe que trata de alcanzar el preciado tesoro. Desde el ancestral poema de Gilgamesh, este ha sido el tema recurrente de los relatos,
la narrativa y los mitos.
La Inmortalidad, es el
objeto de la continua rememoración humana. Porque, aunque se hable de
un tesoro, un amor, un lugar paradisíaco, un reino edénico, un
estado idílico, un dios, etc., tales recompensas son susceptibles
de ser interpretadas como una alegoría de la única meta posible. Y
aquellas historias, que en apariencia no hablan de la Inmortalidad,
sólo pueden hablar de la muerte. Que por otro lado, no es otra cosa
que de la ausencia de la Inmortalidad. Por lo que todo lo que se nos
diga al respecto, no hace más que remarcar la urgencia por
adquirir la Inmortalidad misma. Entre los relatos que nos hablan de la muerte, hay una
categoría indirecta y sutil, que son aquellos textos que buscan
distraer el espíritu humano del eterno dilema. Sin embargo, no
logran retrasar el problema final, ya que no hacen otra cosa que
resaltar la debilidad de quienes no pueden soportar enfrentar la
angustia de una existencia efímera y sin sentido.
En la Divina Comedia, se
plantean todas las formas narrativas posibles. Nada que haya sido concebido por el hombre puede escapar de este libro. En él,
se reúnen todos los que fueron escritos con anterioridad, y se prefiguran todos los que se escribirán hasta el fin de los tiempos. La Divina Comedia,
es una suerte de obra total, construida a imagen y semejanza del Alma
Humana Universal. Concibe en sus versos la Obra Cosmogónica macro y
microcósmica. Si bien la historia tiene un principio y un fin, y
parece transcurrir de manera lineal, el recorrido es circular. El
protagonista desciende, sube y luego vuelve a descender. Se trata de
una construcción metafísica, cuyas ilimitadas posibilidades se nos
revelan por las innumerables vinculaciones e
intertextualidades dentro y fuera de la propia obra. Infinitos son sus caminos y sus interpretaciones. Quizás, la evidencia más irrefutable de su verdadera naturaleza Pansófica, sea que su autor logró una Unidad armónica de la mitología, la religión, el hermetismo y la filosofía,
con el cristianismo. La Divina Comedia es la intersección entre el Intelecto Divino y la Fe. Ella es la Rosa que florece en medio de la Cruz.
Dante, por debajo de los recursos poéticos, combinó con tal pericia las concepciones mitológicas, filosóficas y religiosas, que el lector termina aceptando como natural una Unidad de todos los sistemas simbólicos contenidos en la obra. Su construcción es verdaderamente monumental. En su edificio se reúnen todas las creencias y todas las ciencias. Es la obra maestra concebida para contener y conservar la totalidad de la tradición occidental. Esta magistral literatura, pertenece a una corriente que, unos siglos más tarde, saldría a la luz como la tradición Rosacruz. Repasemos algunos de sus pasajes, para ver como se ilustra toda la literatura universal, en una sola obra.
Dante, por debajo de los recursos poéticos, combinó con tal pericia las concepciones mitológicas, filosóficas y religiosas, que el lector termina aceptando como natural una Unidad de todos los sistemas simbólicos contenidos en la obra. Su construcción es verdaderamente monumental. En su edificio se reúnen todas las creencias y todas las ciencias. Es la obra maestra concebida para contener y conservar la totalidad de la tradición occidental. Esta magistral literatura, pertenece a una corriente que, unos siglos más tarde, saldría a la luz como la tradición Rosacruz. Repasemos algunos de sus pasajes, para ver como se ilustra toda la literatura universal, en una sola obra.
En la entrada al infierno
Dante ubica a los abúlicos, aquellos que han sido rechazados tanto
por la Inmortalidad como por la misma muerte. Virgilio instruye a su
discípulo al respecto:
“-Te lo diré
brevemente. Estos no tienen ya esperanza de muerte y su ciega vida es
tan abyecta que se sienten envidiosos de cualquier otra suerte. En el
mundo no puede quedar traza de ellos: desdéñalos tanto la justicia
como la misericordia. No hablemos más de ellos; míralos y pasa de
largo.”
Corresponden
a éste páramo las narraciones que retienen a las almas con
cuestiones triviales y que, si bien dan momentos de alivio, son
incapaces de atacar la raíz del problema. Estos relatos encarnan los
placeres pasatistas y representan la cobardía y la mediocridad
humana para enfrentar la condición de su exilio tras la Caída.
En el primer círculo del
infierno, nos topamos con el Limbo. Dante encuentra allí a los
poetas y a los filósofos clásicos. Estas son las obras que, siendo
justas hacia la naturaleza, sin embargo, no reconocen debidamente a
Dios como Principio y Origen de la misma naturaleza. Los textos del
propio Virgilio pertenecen al Limbo. Las sagradas
escrituras en las se basó la tradición cristiana, fueron elevadas
hacia la región de la Inmortalidad, tal como cuenta Dante que
sucedió con la tradición mosaica. Por la boca de Virgilio se
explica el estado de privación de las obras que no siendo falsas ni
injuriosas, carecen de la Luz de la Verdad:
“...Antes de seguir
adelante quiero que sepas que estas gentes no pecaron, y que si
tuvieron algún mérito no les basta, pues no recibieron el bautismo
que es la puerta de esa fe en la que tu crees...”
El Purgatorio,
representa los libros que, aunque buscan la Verdad, contienen algún
error fundamental en sus argumentos. Por ello, quienes
continúan leyendo estos textos sufren un tormento, para que el alma
despierte hacia la búsqueda de la verdadera Inmortalidad:
"¡Oh soberbios
cristianos, míseros y rendidos, que enfermos de la vista del
espíritu, confiáis aún en los malos pasos! ¿Acaso no os dais
cuenta de que somos gusanos nacidos para formar la angélica
mariposa que vuela a la luz de la justicia, sin obstáculos? ¿De qué
se enorgullece vuestro ánimo, pues sois como insectos imperfectos,
como gusanos cuya crisálida aún no se ha roto?"
El Infierno, constituye
el prototipo de los libros que versan sobre el drama de la muerte.
Sus habitantes, con impotencia y resignación,
aceptan el castigo eterno. Un pasaje, especialmente notable, lo
constituye el relato de Francesca, que cuenta que por un libro cayeron en la perdición ella y a su amante:
“...Leíamos un día
por deleite la historia del amor de Lanzarote; nos hallábamos
solos, sin temor ni sospecha; en varias ocasiones aquella lectura nos
empujó a mirarnos el uno al otro, y nuestros rostros palidecieron
mientras languidecían las miradas; pero solamente caímos un
instante. Cuando leímos como aquella sonriente boca, tan amada, era
besada por el apasionado amante, este joven (que nunca se aparte de
mí) besó mi boca todo estremecido. Lo que para aquéllos fuera
Galeoto, había sido para nosotros ese libro; y aquel día ya no
leímos más.”
No debemos confundir esto
con una censura sobre algunos textos. Mas bien, es un reconocimiento
del poder que Dante atribuye a las historias. Ya en los primeros
versos de su obra, establece que los relatos poseen la capacidad de
guiarnos hacia la Luz o hacia la obscuridad. Así, evade la descripción de la selva obscura, cuyo sólo recuerdo lo conduce hacia la muerte. Sin embargo, está dispuesto a contarnos sobre aquellas cosas que pueden ayudar a retomar el camino hacia la Verdad:
“...duro y difícil
sería contar cómo era aquel paraje inhóspito, intrincado y áspero,
cuyo solo recuerdo renueva en mí el pavor de entonces. Sólo os diré
que fue tan angustioso que apenas la muerte lo supera. Pero, ya que
debo hablar del bien que en tales lugares encontré, mejor será que
os diga antes las cosas que allí fui descubriendo...”
El Paraíso, es la imagen
de las narrativas que tratan el problema de la Inmortalidad. En él,
las almas se van iluminando a medida que ascienden por los Coros
Celestiales o Estados de Gracia. Estos textos son inspirados por la Sabiduría Divina
misma. Por la boca de Beatriz, Dante nos cuenta lo que ellos provocan
en los lectores, cuyas almas se abren a la búsqueda de la Inmortalidad:
“No te maravilles si
en el ardor del amor divino te deslumbro con fuego que es invisible
en la tierra y con sus llamas te obligo a bajar los ojos; pues eso
procede de la perfección de mi vista intelectual, que, contemplando
la suma Verdad, la refleja con la misma fuerza. Bien veo cómo ya
resplandece en tu mente la verdad eterna, que, una vez alcanzada,
enciende amor por sí solo y para siempre, y cualquier otra cosa que
seduzca vuestro amor no es sino testigo de aquella Verdad, mal
conocida, que en el objeto terreno se transparenta.”
"El Libro de los libros", nos enseña que las narraciones orales,
escritas o gráficas, constituyen la memoria de la
humanidad. Es a través de la palabra que se trasmite la Sabiduría
de un individuo a otro. De boca a oído. Pero, esta palabra es un
símbolo, un reflejo pasivo y adormecido de la verdadera Palabra o
Verbo. Aquél, que debe florecer en el interior de los hombres. El
sustituto literario, sólo indica nuestro problema a resolver. No
tiene la capacidad de operar la Vida, ni de trasmutar la carne muerta
en Espíritu Vivo. Es sólo un sueño que nos transporta al comienzo del camino íntimo. Es un murmullo que atraviesa los
siglos y cuyo fin, es recordar que la búsqueda de la Inmortalidad
perdida es el único objeto de esta existencia individual, cercenada y
vacía. Encender la Palabra Viva, es decir, el Verbo Divino en nosotros, es de
lo único que ha hablado la humanidad desde el origen de los tiempos. Es así,
que se nos ha dicho: el que tenga oídos, que oiga (Mateo 13:9).
Atanasio
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