martes, 5 de agosto de 2014

Introspectiva - Serie Breve 19



La búsqueda de uno mismo me transporta hacia un mundo cercano, pero postergado. ¿Cómo puedo ignorar aquello que ni siquiera está más allá de mi propia piel? Es una gran paradoja ser un desconocido en mi morada. Quizás, solo he perdido la memoria y sufro de una amnesia metafísica. Pero ésta amnesia, es definitiva e inconmensurable. Al punto, de que ha quedado tan incorporada que no la distingo de mí mismo. Mi ego no es más que un paso obstruido entre dos regiones infinitas.

Penetrar en el abismo, es un trabajo para el Héroe que jamás he podido ser. El espejo interior, la primera prueba, me dice: ¡Ése desconocido de siempre eres tú! No puedo sostener la mirada. La cara no es la mía. O mejor dicho, la expresión de mi cara me atemoriza. Porque está completamente desprovista de piedad. Si no logro identificarme en una imagen tan nítida y cruel, ¿Cómo puedo ser mi propio guía?

Avanzo sólo y temeroso por una selva atroz cuya lógica es la insensatez del mundo. Veo como esta naturaleza repulsiva se sostiene por el sacrificio de sus propios frutos. He aquí lo que ha creado mi condición autodestructiva. ¿Por qué me sorprendo?, si he sido una y otra vez el saboteador de mis propios actos.

La selva queda atrás. Un desierto obstinado de colosales dunas y secos vientos me envuelve. Los cortes abruptos de sol y de sombra, al pasar de una ladera a otra, me extenúan. Mis pies se hunden en la arena mientras la sed inunda mi cuerpo. Una roca me sirve de refugio. ¿Cuales de mis debilidades ha creado semejante geografía? El abandono, la falta de voluntad, la tibieza. Ellas son las que han propagado el desierto. La vida se apaga rápidamente en nosotros cuando nos entregamos a la desidia. Todos aquellos seres que he sido y que abandoné se convirtieron en estas arenas aniquiladoras. Todas las inconstancias se han unido en la fuerza de voluntad del desierto. Una voluntad inmensa, perfecta. Nada lo perturba, ni le hace retroceder. Permanece expectante, sin abandonar jamás la lucha.

Me encuentro ahora en una metrópoli maquinal. Las calles atestadas con vehículos de colores otoñales y las veredas con peatones que van apurados hacia quien sabe donde. Los rascacielos forman una intrincada muralla gris y triste. Criaturas extrañas pueblan la urbe. Las calles sucias no son más que el fondo de un cañón de concreto. Anochece y el piso esta mojado. Las personas están envueltas en abrigos robustos. Todos me ignoran. Sigo la traza urbana, por calles y veredas desbordadas. Me siento en lo que parece ser un bar. No sé bien porqué. Tal vez, sólo costumbre. Una moza me trae la carta y una sonrisa, mientras repasa la mesa. El idioma me resulta indescifrable. Señalo algo al azar de las primeras líneas, porque todas las cartas del mundo comienzan con la cafetería. Miro por la vidriera como la multitud se desliza. Hay algo extraño que aún no logro comprender. La moza me trae una tasa que tiene un brebaje con perfume a café. A pesar de la familiaridad, no me decido a tomarlo, ¿cómo voy a pagarlo? Sigo viendo a la gente pasar a través de la ventana. El café se empieza a enfriar. Le doy un sorbo y está apenas tibio. Entra un cliente, saluda con la mano y se sienta en la barra. Al rato el cafetero le sirve un vaso. Ahora me doy cuenta lo que sucede. No he visto a nadie hablar. Ninguno en la multitud que desborda las calles ha pronunciado palabra. ¿Cómo puede una civilización construir una ciudad como ésta sin comunicarse? Me levanto de mi mesa y salgo a la vereda. Todos se mueven en silencio. Trato de gritar, pero no surge de mi garganta ningún sonido. ¿Que fuerza irracional me ha dominado para dar forma a una ciudad de habitantes que no hacen otra cosa que ignorarse mutuamente? Ha sido lo mismo que me ha llevado a ignorarme a mí mismo una y otra vez. Es la ansiedad, la obsesión. Postergar eternamente lo importante por lo urgente. La excusa de las circunstancias. Una metrópoli, ¿No es el paraíso de las obligaciones y los horarios apretados? Estoy en el reino del eterno después para el camino espiritual. Mientras reflexiono, la ciudad se desvanece en una neblina espesa...


Nicodemo


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