“¡Ay! ¡Los hombres
solo se conmueven ante la muerte, en vez de hacerlo ante la vida!
¿Cuales eran los designios de la justicia, cuando, después de su
crimen, los ha precipitado al abismo terrestre en que vivimos y los
ha puesto a unos junto a otros? Era para que aprovechasen mutuamente
testimonios de su perdición y signos de su miseria. Era para que
tuviesen continuamente ante sus ojos el triste cuadro del horror al
que los había reducido el pecado. Era para que cada uno de ellos, al
ver a su hermano en las tinieblas, en la inquietud, en la
tribulación, en los sufrimientos y bajo el dominio de la muerte
física y moral, se enterneciese y diese un giro sobre si mismo y,
reconociendo humildemente los derechos de la justicia al verlos
aplicar con tanta constancia y severidad, tratase de calmar su enojo
y suavizar su rigor, con sus lágrimas y su penitencia.”
L.C.S.M – El Hombre
Nuevo
Para entender la necesidad de la existencia de la fraternidad rosacruz y la de todos los grupos que se han dedicado a conservar la tradición occidental, debemos explorar ciertos aspectos del denominado problema o misterio pansófico. Sin embargo, no es sencillo explicar en pocas palabras algo que resulta bastante complejo y que depende de adquirir una visión especial sobre como se acoplan los Arcanos. La completa visión del misterio pansófico, sólo se puede alcanzar cuando se ha logrado sintetizar todos los Arcanos. Por eso, es que para ser un verdadero rosacruz, es necesario tener un alto grado de realización en los misterios. El lector debe interpretar esta última afirmación como algo literal y no metafórico. Pues, se refiere al éxito sobre ciertas operaciones específicas, que otorgan una Sabiduría Trascendente, la que provoca que la Creación Completa se unifique ante los ojos del adepto. En este estado de conciencia, es sólo cuando podemos acceder a la verdadera Pansofía. Por lo tanto, hay que contentarnos con avanzar lentamente sobre ciertos asuntos, a fin de poder ir delineando algo que es incalculablemente complejo. Estamos frente a un monstruoso rompecabezas de infinitas dimensiones. Notemos, de paso, que el símbolo de la rosa en la cruz, nos indica que este laberinto cosmogónico posee un centro, a partir del cual es posible resolver semejante enigma. Por lo que la rosa, es el símbolo de esta supra-conciencia, que se identifica plenamente con el adeptado.
Una cuestión tan
universal, puede ser abordada desde una infinitud de puntos de vista.
Pero, debido a nuestros propósitos, comenzaremos por tratar de
imaginarnos como encaja en esta concepción el hombre que desea
acceder a dicha Sabiduría. El hombre es visto como un símbolo, que
debe develarse a sí mismo. Esta noción nos plantea que el hombre es
un ser simbólico. Y por lo tanto, como todo símbolo, no hace más
que reflejar constantemente su significado trascendente, aunque él
mismo no pueda tomar conciencia de que sólo es un reflejo de su
inmutable esencia. Incluso, a través de sus actos, no hace más que
manifestar esta Verdad. Como el hombre caído se haya inmerso en la
dualidad, estos reflejos son proyectados sobre diferentes
superficies, las que devuelven luces o sombras. Por eso, estos
reflejos pueden ser luminosos y nítidos, cuando aclaran su
conciencia, u oscuros y deformes, cuando la turban. La oscuridad no
está en la naturaleza de la imagen proyectada, sino en la naturaleza
de la cosa sobre la que ésta imagen espiritual se proyecta. La
confusión sobrevive, cuando el hombre no es capaz de comprender que
las imperfecciones de los reflejos no están en el original luminoso,
sino en la pantalla donde se proyecta.
Todos estos reflejos o
símbolos de la Verdad, sólo tienen por finalidad elevar la
conciencia humana a su estado de perfección. Si somos capaces de
entender esto, veremos que tan errados son los argumentos de algunos
que critican el progreso o la evolución, como de aquellos que
reprueban el estancamiento o la conservación de la antiguas
tradiciones. Tanto las formas pretéritas como las actuales, todas
poseen la cualidad de elevar nuestra conciencia. El verdadero
obstáculo, es que seamos capaces de distinguir las luces de las
sombras, ya sea en unas o en las otras. El origen del problema pansófico, si es que
podemos hablar de un origen, radica en la
continua adaptación de los sistemas simbólicos sobre los que se
proyecta la Verdad, según se lo percibe desde la temporalidad. El
hombre caído, como reflejo del Hombre Primordial, asume su función
de ordenador del Caos, incluso en este plano material. Y según
intenta ordenar la materia, las dificultades que encuentra hace que
sus sistemas simbólicos vayan modificándose, adaptándose a las
nuevas problemáticas y a los nuevos desafíos. Las formas cambian,
pero la esencia debe proseguir inalterable, porque la confusión del hombre
sólo proviene de su interior.
Atanasio
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Los sistemas simbólicos - Serie Rosacruz II por Sociedad de Estudios Martinistas se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial 4.0 Internacional.
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