Todas las cosas poseen
una naturaleza o espíritu al cual manifiestan y representan
particularmente. Entiéndase entonces que toda manifestación, sea
sensible o ideal, material o inmaterial, posee una raíz o fundamento
desde dónde se nutre y sostiene, además de una atmósfera en dónde
se despliega y desarrolla.
Estas cuestiones, que a
la razón resultan ilimitadas, conforman aquella naturaleza necesaria
para que cada clase o tipo de cosas se expresen. Cada una posee, por
sobre todo, su sol o fuego activador que las despierta y les brinda
aquel ímpetu mediante el cual las reconocemos en todas sus
cualidades.
Entonces una idea, por ejemplo, no sería más que parte de la vegetación del pensamiento, cuyo fundamento raíz la dio a luz, cuya morada filosofal la abrigó en su ámbito y a la que la luz del entendimiento le otorga su poder motriz. Todo este conjunto de necesidades es a lo que terminamos por denominar “la naturaleza del ser”.
Entonces una idea, por ejemplo, no sería más que parte de la vegetación del pensamiento, cuyo fundamento raíz la dio a luz, cuya morada filosofal la abrigó en su ámbito y a la que la luz del entendimiento le otorga su poder motriz. Todo este conjunto de necesidades es a lo que terminamos por denominar “la naturaleza del ser”.
Así el Hombre Primordial
tuvo como madre a la Sabiduría de Dios, cuya naturaleza era el
espíritu terrestre en todo su esplendor virginal, volviéndose su
morada de actividades divinas y espirituales.
Las acciones que
posteriormente provocan la Caída del Hombre poseen su propia
naturaleza de ser, hayándose su raíz en lo usualmente denominado
mal, al que podemos aquí llamar egoísmo, separatividad,
desnaturalización, etc. Y cuyo nombre dentro del martinismo es
expresado como “espíritu de error” o naturaleza corrupta.
El exilio del Edén
provoca que el hombre sufra el destierro de esta morada pura, pasando
a peregrinar sobre una “tierra maldita”, que por su propia causa
tuvo sitio y aconteció siendo una naturaleza distinta a la de su
origen.
Reconocer estas
cuestiones, en lo que acontece a uno mismo, es parte del trabajo que
ocupa al martinismo. Porque entendemos que difícilmente podamos
encarar una búsqueda seria sin haber aclarado primero de dónde
hemos caído, desde dónde estamos partiendo y hacia dónde
pretendemos ir.
Sin esta signatura previa
resulta sencillo equivocar las distintas naturalezas que residen
dentro nuestro, sin distinguir finalmente los sentidos que cada
movimiento interno viene a desarrollar en nosotros. Pudiendo además
llegar hasta un punto tal de desconección que, ya cegados y
confusos, veamos todo como una sola cosa y una misma causa, lo cual
es el peor de los males que podríamos sufrir en nuestra humanidad.
Planteado este asunto,
podemos en parte deducir aquellos errores que cometemos cuando, en
las tradiciones espirituales y/o religiosas, al hablarnos y
remitirnos con sus signos a la naturaleza espiritual del alma humana,
solemos interpretarlas, dirigirlas y sobreponerlas sobre la
naturaleza de este mundo, en donde solo es comprendida la materia y
el ego racional que comprenden nuestro estado mortal.
Es así que cada
manifestación posee un espíritu raíz del que se nutre y del que
toma sentido su existencia. Ya que la existencia misma no es otra
cosa que la representación de un estado natural que le permite
desarrollarse. Y si el bien y el mal se desarrollan en nosotros, se
debe a que existen en nosotros ambas naturalezas de ser, a las que
prestamos terreno, y a las que dejamos vegetar consciente o
inconscientemente, tanto en un sentido como hacia el otro.
En estas cuestiones se
haya la verdadera ciencia a la que los hombres deberíamos atender, a
la que la filosofía debería discernir y a la que la religión
debería ayudar a disolver.
Tzadiq
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Sobre la naturaleza de las cosas - Serie Breve 22 por Sociedad de Estudios Martinistas se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial 4.0 Internacional.
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