viernes, 5 de septiembre de 2014

Sobre la naturaleza de las cosas - Serie Breve 22



Todas las cosas poseen una naturaleza o espíritu al cual manifiestan y representan particularmente. Entiéndase entonces que toda manifestación, sea sensible o ideal, material o inmaterial, posee una raíz o fundamento desde dónde se nutre y sostiene, además de una atmósfera en dónde se despliega y desarrolla.

Estas cuestiones, que a la razón resultan ilimitadas, conforman aquella naturaleza necesaria para que cada clase o tipo de cosas se expresen. Cada una posee, por sobre todo, su sol o fuego activador que las despierta y les brinda aquel ímpetu mediante el cual las reconocemos en todas sus cualidades.

Entonces una idea, por ejemplo, no sería más que parte de la vegetación del pensamiento, cuyo fundamento raíz la dio a luz, cuya morada filosofal la abrigó en su ámbito y a la que la luz del entendimiento le otorga su poder motriz. Todo este conjunto de necesidades es a lo que terminamos por denominar “la naturaleza del ser”.

Así el Hombre Primordial tuvo como madre a la Sabiduría de Dios, cuya naturaleza era el espíritu terrestre en todo su esplendor virginal, volviéndose su morada de actividades divinas y espirituales.

Las acciones que posteriormente provocan la Caída del Hombre poseen su propia naturaleza de ser, hayándose su raíz en lo usualmente denominado mal, al que podemos aquí llamar egoísmo, separatividad, desnaturalización, etc. Y cuyo nombre dentro del martinismo es expresado como “espíritu de error” o naturaleza corrupta.

El exilio del Edén provoca que el hombre sufra el destierro de esta morada pura, pasando a peregrinar sobre una “tierra maldita”, que por su propia causa tuvo sitio y aconteció siendo una naturaleza distinta a la de su origen.

Reconocer estas cuestiones, en lo que acontece a uno mismo, es parte del trabajo que ocupa al martinismo. Porque entendemos que difícilmente podamos encarar una búsqueda seria sin haber aclarado primero de dónde hemos caído, desde dónde estamos partiendo y hacia dónde pretendemos ir.

Sin esta signatura previa resulta sencillo equivocar las distintas naturalezas que residen dentro nuestro, sin distinguir finalmente los sentidos que cada movimiento interno viene a desarrollar en nosotros. Pudiendo además llegar hasta un punto tal de desconección que, ya cegados y confusos, veamos todo como una sola cosa y una misma causa, lo cual es el peor de los males que podríamos sufrir en nuestra humanidad.

Planteado este asunto, podemos en parte deducir aquellos errores que cometemos cuando, en las tradiciones espirituales y/o religiosas, al hablarnos y remitirnos con sus signos a la naturaleza espiritual del alma humana, solemos interpretarlas, dirigirlas y sobreponerlas sobre la naturaleza de este mundo, en donde solo es comprendida la materia y el ego racional que comprenden nuestro estado mortal.

Es así que cada manifestación posee un espíritu raíz del que se nutre y del que toma sentido su existencia. Ya que la existencia misma no es otra cosa que la representación de un estado natural que le permite desarrollarse. Y si el bien y el mal se desarrollan en nosotros, se debe a que existen en nosotros ambas naturalezas de ser, a las que prestamos terreno, y a las que dejamos vegetar consciente o inconscientemente, tanto en un sentido como hacia el otro.

En estas cuestiones se haya la verdadera ciencia a la que los hombres deberíamos atender, a la que la filosofía debería discernir y a la que la religión debería ayudar a disolver.


Tzadiq


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