(VI. Conclusión)
Convengamos que los distintos estadíos simbólicos en el hombre, a los que hicimos referencia anteriormente, no se producen a raíz de una modificación decisiva; ya que no se puede decir, exactamente, dónde empieza ni termina dicho estadío.
Podemos citar como
ejemplo, lo que ocurre durante el crecimiento de un árbol; desde el
proceso de germinación hasta su total evolución.
Generalmente, existe una
confusión en todos los simbolismos, que lleva a distintas
interpretaciones. De modo que, intentaremos brevemente mencionar y
también, aclarar algunas ideas.
Asimismo, todo hombre
natural puede ver realizada en su vida material el ejemplo del árbol
citado.
Debemos distinguir que los órdenes mencionados son de naturaleza temporal y siempre en concordancia con este mundo. Lo cual no nos brinda ningún tipo de certeza sobre el desarrollo interior o iluminación del alma humana, que es en verdad nuestro objetivo real. Sí nos habla de un curso natural que, en el mejor de los casos, nos eleva de forma personal hacia una vida intelectualmente honesta y una moral acorde a los hombres y mujeres de bien. Pero cuyo deseo de superación está siempre supeditado a la naturaleza mundana. Y al mismo tiempo, este ciclo vital tiende a cumplirse en todos los hombres por igual, sin tener en cuenta el estilo de vida o pensamientos que cada cual exprese, sienta, etc.
Por ende, no podríamos
finalmente encontrar una vía dirigida hacia la verdadera evolución
del espíritu humano, si no existiese antes, un germen deseoso de
volver hacia su misma naturaleza espiritual. Por el contrario,
nuestra racionalidad, busca desarrollarse sólo en el ámbito
material, tal como es el caso de los hombres del torrente.
Encontrándose en este estado de consciencia el deseo de germinar
dentro de su misma naturaleza material. El problema reside cuando se
construye en lo material un culto que pretende y logra imponerse como
espiritual.
El simple hecho de vivir
nuestra vida mundana, no ejerce de por sí ninguna presión sobre el
despertar del alma a la vida espiritual, quedando ella siempre bajo
condición de durmiente en este sentido. Porque el despertar suele
observarse en el deseo luminoso; que el Espíritu Santo trae a la
consciencia del hombre, quien se encuentra impelido a buscar y
encontrar esta luz dentro de su propio terreno caído. Es el tiempo
quien puede acompañarnos en este acontecimiento, siendo para
nosotros una necesidad y un espacio en el que debemos aprender a
economizar nuestros recursos para procurar un equilibrio íntimo que
permita finalmente el despertar. Hablamos de ir despojándonos del
despotismo y la opresión tirana de la egolatría, que en mayor o
menor parte hemos concebido, para dar paso entonces al nuevo día y a
la nueva luz. Estas son las Buenas Nuevas que el hombre desea recibir
siempre en su corazón.
Es por ello, que solemos
hablar de la intensión o el deseo que nos lleva a movilizarnos,
dejando en segundo lugar el movimiento en y por sí mismo. No
importa tanto si nos movemos, sino hacia dónde y con qué finalidad
lo hacemos. Porque no se trata de querer tan solo buscar y llegar a
conocer las regiones del alma, sino el por qué deseamos encarar esa
búsqueda. En esta simple cuestión se haya el germen desde el cual
todo tomará forma.
Cabe aclarar que no deben
confundirse los estadíos más arriba mencionados como
correspondiéndose con cada uno de los grados brindados por el
Martinismo. Es decir que, no significa que quienes avancen en cada
uno de los tres grados que el Martinismo posee (filosófico, místico
y superior) alcancen el despertar consciente del misterio que cada
uno de los grados pretende develar. Digamos que el carácter brindado
es siempre simbólico. Su carga intencional influye anímicamente
para procurar despertar al iniciado dentro del carácter ideal que
estos símbolos encarnan.
El Martinismo es una de
las tantas vertientes que procura hacer que cada persona se
encuentre a sí misma en la Luz y en la Sabiduría de Dios. Se trata
de un medio para alcanzar algo superior.
Los hombres simbólicos
con sus tres estadíos procuran demostrar, de alguna manera, los
sucesos que el alma y la personalidad deben transitar en la búsqueda
de su regeneración. Ellos nos sirven tal como opera un índice al buscarse algo específico en un libro. Y como “el hombre es el
libro que Dios ha escrito con su propia mano” según lo describe
Saint Martin, este índice o símbolo trino, debe servirnos como guía
para encontrar aquello que con tanto ardor no dejamos aún de buscar.
Tomás
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Los Hombres Simbólicos en el Martinismo - Serie Simbólica 26 por Sociedad de Estudios Martinistas se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
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