En primera instancia todo
indica que lo que pudiésemos decir sobre la oración se encontrará
de antemano resuelto, ya que no existe vía cristiana que no defina
por esta acción su propio sentido. Sin mencionar lo mucho que se ha
escrito al respecto. De todas formas intentaremos abordar aquí las
ideas más significativas que la oración toma y dirige dentro del
martinismo, ya que es por excelencia nuestro carácter y agente
movilizador esencial.
Sin ninguna duda, para el
martinismo, la oración es el acto más noble e íntimo por el cual
nos es posible ahondar en el propio ser hasta perdernos en sus
profundidades. Buscando luego reencontrarnos en una nueva forma, es
decir regenerados.
Como fue insinuado
anteriormente al tratar sobre la meditación, la oración se ubica en
un orden superior continuo -en el más íntimo-, coronando por
completo la búsqueda del arte de conocerse a uno mismo.
Por supuesto que no
estamos referenciándonos a la oración repetida por los labios, ni la
abordada puramente desde la razón, sino sobre aquella que comienza
en el corazón y que culmina donde el espíritu de Dios nos quiera
hacer reposar.
Saint Martin alguna vez
dijo que la verdadera oración es aquella en la que el Espíritu
Santo ora en y por nosotros. Esta sublime sentencia es demasiado
contundente como para pretender agregar algo más.
Generalmente esta oración
sublime llega cuando el Santo Espíritu encuentra al hombre orando
dentro de sus capacidades, tomándolo suavemente, y dirigiéndolo por
recorridos tan dulces y desconocidos que luego el orante reconoce que
hubo un abandono de sí para que aquella marcha pudiese aflorar tan
felizmente. Suelen las lágrimas ser su fiel reflejo.
Es por tanto que la
meditación se vuelve en realidad el primer paso necesario hacia esta
búsqueda. Existe igualmente un segundo paso en cuestión, que no es
otro que el de la predisposición y la plegaria unida a nuestro
corazón. Sitio central desde donde partimos para encontrarnos en
Dios, aunque no podamos decir lograrlo siempre, ni tan a menudo como
se quisiera. Porque ello es parte de la Gracia que elegimos, y a la
que diariamente nos entregamos.
Operativamente creemos
que existen recursos básicos y necesarios en los cuales debemos
prepararnos, así como vemos que un músico que haya compuesto una
obra maestra, necesitó previamente una adecuada preparación y
práctica en este mismo arte.
Entonces, tras un tiempo
prudencial de haber comenzado a meditar, las primeras plegarias
deberían comenzar a volverse los inicios y cierres de estas mismas
prácticas, teniendo en consideración algunos puntos. Entre ellos:
Ø Hemos de volvernos a Dios con corazón humilde, entendiendo que ello se encuentra en nuestras intensiones y no así en las formas figuradas.
Ø Debemos aprender a vaciarnos de nosotros mismos, para que sea Dios quien nos llene con Su espíritu y gracia.
Ø Se debería ir dejando de lado las búsquedas personales, aquellas que nuestra voluntad desea, volviéndolas hacia el querer conocer la voluntad de Dios en nosotros. Esto provoca que el verdadero orden pueda operarse en nuestro ser, dejando que “Dios entre en nuestras almas como lo hace un amo en sus posesiones”, según lo describía el filósofo desconocido. Jacob Boehme solía decir “el único deseo del hombre debería ser que se haga la voluntad de Dios en él”
Ø Tampoco deberíamos pensarnos separados de Dios, como si se encontrase en otro sitio. El cielo donde Dios habita se encuentra en nuestro propio centro interior. Por tal motivo cuando llegamos al conocimiento de uno mismo, es a Dios a quien conocemos.
Ø Es el alma quien en verdad posee la capacidad de orar. Nuestra razón apenas balbucea, tendiendo siempre a desviar nuestros verdaderos objetivos.
Para concluir, es preciso
decir que estas actividades puestas en marcha desde nosotros y hacia
nuestro propio ser, pueden al principio mostrársenos bajo el
sentimiento de no poder lograr formar aquel vínculo tan profundo
como el mencionado. O tal vez pensar que un hecho de tanta sencillez
no lograría nunca dar el toque preciso para llegar a lo espiritual.
Sin embargo tales pensamientos no deberían prevalecer nunca sobre
nuestra búsqueda, insistiendo en la práctica misma hasta que
empecemos a sentir los primeros movimientos de la vegetación
pensante que todo ello despierta y hace germinar en nuestra propia
naturaleza espiritual.
Así, la oración en la
que Dios se encuentra orando en el corazón del hombre, es un acto
regenerativo por el que se comprende con mayor realismo nuestra vida
material, y al mismo tiempo se percibe con mayor fortaleza aquella
vida del espíritu en la que nos sentimos renacer. Ora et labora sigillum
Taborel
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