Quizás el martinismo no sea más que
un misterio ancestral. Una herencia de otras vidas diferentes a lo
que hoy conocemos como vida. Un mito sobre el hombre primordial.
Quizás sólo estemos frente a una extraña paradoja acerca del
origen de la humanidad. Aquello que la historia y el tiempo no pueden
abarcar. Quizás el martinismo es sólo un recuerdo colectivo, un
sueño de otras eras, anteriores al mundo mismo. Tal vez, no se trate
de otra cosa más que de aquello que no podemos expresar, porque
cuando sucedió ninguna lengua material había sido todavía
articulada. Sea como sea, ha adquirido la forma de relato simbólico,
acompañado de ciertos signos, insuflado de un fuego inmaterial y
adornado sobriamente por un conjunto de elementos que nos empujan hacia una realidad que supera nuestras posibilidades. El martinismo
nos trae noticias del alba de los tiempos,... y del ocaso también. Nos
muestra hacia donde marcha la humanidad conduciéndose como una masa vacía e informe. Pero, al mismo tiempo, nos enseña que en ella aún perdura la semilla de la regeneración.
El martinismo nos conduce a la aventura
de encontrar lo incorruptible en nosotros mismos. Mística búsqueda
del Graal, de la piedra filosofal, del polvo de proyección, de la
panacea universal. Todos estos elementos, constituyen esquivos
objetivos. Sombrías aventuras nos esperan, plagadas de desengaños y
de laberintos habitados por los salvajes minotauros que hemos sido.
La inmortalidad como abstracción, como símbolo de encontrarse a sí
mismo y reconocerse vencido. Las construcciones que hemos
edificados en nuestros propios mundos, no son más que quimeras.
Templos donde rendimos culto a los falsos dioses. Somos un conjunto
bien armado de edificaciones construidas con los ladrillos de la
falacia. Un sueño de otro. Una alucinación que nos envuelve. Un
espejismo que nos alienta en el error. Derrotarnos a nosotros mismos es, quizás, la única enseñanza que se encuentra a nuestro alcance de todas las que hemos recibido. Nadie puede mentirnos más que
nosotros mismos. Habitantes de la confusión permanente. La edificamos y la multiplicamos. Asolamos regiones enteras enarbolando su bandera. Sin embargo, nunca nos saciamos.
Quizás el martinismo no sea más que
una fortaleza inexpugnable. Un formidable fuerte imposible de
conquistar. Sin embargo, somos más tercos que sagaces. De tanto dar
contra la muralla, algunos han pasado del otro lado. Acaso, ¿la única
forma de penetrar en el Templo no implica comprender el problema de
otra manera?
El martinismo no puede ser expresado en
palabras, pero igualmente escribimos sobre él. No puede ser representado por símbolos, pero lo simbolizamos. No puede ser operado por un ritual, sin embargo los ejecutamos. No puede articularse por el
idioma, aunque lo trasmitimos de boca a oído. No puede revelarse de
manera directa, y no hacemos otra cosa que señalarlo constantemente.
La intensión, la mirada, y la búsqueda necesitan ser distintas a
las que estamos acostumbrados. No sirve de nada buscar en el
martinismo con una mentalidad profana. No puede ser abordado con una
filosofía vulgar. Se necesita la capacidad de ver más allá de las
formas, de escuchar aquello que no es audible. Debemos encontrar el
punto de inflexión que nos permita ver el principio y el fin. Es decir, el
Alfa y el Omega.
Nadeo
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El Alfa y el Omega - Serie Breve 14 por Sociedad de Estudios Martinista se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial 4.0 Internacional.
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