Los
libros son para los hombres, en general, como grandes tesoros en dónde se
acumulan el saber de los tiempos y el de su propia historia. Ellos se vuelven
el símbolo memorable de todas sus acciones, pensamientos y descubrimientos.
Las
sagradas escrituras, o los diferentes textos considerados sagrados por las
distintas culturas y pueblos de la tierra, consiguen todavía algo más. En ellos
se relata la cosmogonía, o el origen divino del hombre; su relación con la
naturaleza espiritual y con aquella caótico-tenebrosa; los sucesos a él
ocurridos mediante los cuales pierde su cualidad celeste; su posterior
descendencia; etc.
De manera muy particular, el martinismo encuentra en la figura o simbolismo del libro, una interpretación distinta que merece a grandes rasgos, al menos, ser mencionada.
Saint Martin expresa que “el hombre es el único libro escrito por la misma mano de Dios”. En tal sentido continúa diciendo que “todos los demás libros que llegaron a nosotros... no son sino desarrollos y comentarios de este texto primitivo, de este libro original” (El Ministerio del Hombre-Espíritu)
Entendamos
que esta expresión indica que el alma humana es la verdadera escritura sagrada
en donde Dios inscribió su propio sello, y en donde deberíamos abiertamente
leerlo todo.
Se
indica que, tras la caída, el hombre ya no pudo más leer en este libro sagrado
que él mismo era, debiendo entonces hacerlo mediante sus intermediarios. Es
aquí que se ubican los textos sagrados de todas las tradiciones, en donde se
nos relata simbólicamente aquello a lo que hemos perdido acceso, con el ánimo
de que allí regresemos.
“Todo libro tradicional, cualquiera sea, debe solo ser
considerado como un accesorio posterior a todas aquellas verdades importantes
que reposan sobre la naturaleza de las cosas y la naturaleza constitutiva del
Hombre” (El
Ministerio del Hombre-Espirítu)
Por
tanto, los textos inspirados por Dios y escritos por la mano de los hombres
elegidos, son auxilios enviados por la Providencia para que podamos retomar el
destino original de nuestras existencias hacia su verdadero orden natural.
“Sin dudas existen grados intermedios en los cuales los
libros y los consejos son muy útiles, pero ellos son solo para descubrir la
patria que desconocemos” (Correspondencia Teosófica)
Otra
cosa son los libros que hablan de Dios, pero que no han sido por Él
inspirados...
“¿Qué son esa enorme pila de libros, esta edición de la
fantasía e imaginación humana que, no solo no ha esperado por Obras para
relatar y describir sus maravillas, sino que se presentan conjuntamente a sí
mismas con la pueril y culpable pretensión de tomar su sitio? (El Ministerio del
Hombre-Espíritu)
Todos
los libros que nos llegan a manos de nuestros semejantes deber ser tomados con
aprecio, aunque reducidos a su real valor. Las descripciones más deslumbrantes
y maravillosas de la verdad, deberían observarse como compilaciones de alegrías
que nos están destinadas.
“Todas estas producciones son solo retratos. Y para ser
ellos fieles reflejos de algo, deben representarnos hechos positivos y
fehacientes de un original existente, al cual reportan y verdaderamente
transmiten”. (El
Ministerio del Hombre-Espíritu)
Sin embargo, hemos de ver que la mayor parte de los
hombres se alimentan de toda clase de libros, sin concebir que es en ellos
mismos que deben volver a leer con amplitud en las regiones del espíritu divino
del cual descienden.
“Lean incesantemente entonces, mis hermanos, en este
Hombre, en este libro de libros, sin dejar de leer aquellos escritos por los
administradores de las cosas divinas, los cuales les redituarán grandes y
diarios servicios” (El
Ministerio del Hombre-Espíritu)
Aún
así Saint Martin siente que el tiempo de los libros ha pasado, y lo que ahora
el hombre debe abrir es su entendimiento. Interpreta que la mente del hombre
está hastiada de libros, volviéndose “como aquellos de la alta vida, a
quienes los más suculentos manjares les resultan insípidos” (El Ministerio
del Hombre-Espíritu)
Por
ello es que exhorta a los hombres, no solo a leer en sí mismos sino a buscar
realizar las obras y acciones que espiritualmente le son destinadas.
Taborel
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