A causa de la movilización interior que la Pascua tiende naturalmente a despertar en los sentimientos y en el espíritu humano, hagamos, a grandes rasgos, algunas reflexiones breves sobre los signos filosóficos que ella íntimamente expresa.
Las operaciones predominantes podrían ubicarse en la Pasión y en la
muerte y resurrección de Cristo, la cual es la verdadera dirección
hacia dónde todos los actos de su vida (o aquellas actividades
vitales) han sido dirigidos desde su mismo natalicio.
La Pasión, o el padecimiento, es a consecuencia directa de la
condición humana. Aquella mostrada a todos abiertamente al decirse
del estado humillante del Reparador: ¡Ecce Homo! (¡He aquí al
Hombre!)
Esta imagen confesa, que el mismo Hombre muestra a todo su universo,
se vuelve insostenible e insoportable a los ojos de los jueces
mundanos. Tanto así como la verdadera luz lo es a los ojos físicos,
y el verdadero estado de nuestra humanidad lo es a nuestra
consciencia racional.
La cruda imagen a la cual el hombre se ha reducido tras su caída,
termina por ser un cuadro que en general se esconde, se olvida y no
se desea observar. O de otro modo, suele preferirse esquivar la
visión de lo retratado, para que el marco se vuelva la atracción
central.
Ante semejante demostración, tan íntima y profunda del propio
estado humano (del ecce homo), los hombres optaron por quitarla de sí
mismos, procurando que con ello sus consciencias no se vean
atormentadas. Prefirieron crucificar la verdad y seguir adelante,
simulando que nada sucedía. Pero la muerte impuesta a esta verdad,
trazada en la propia naturaleza del alma humana, dejó allí su sello
indeleble y eterno, a imagen y semejanza de lo que la verdad misma
es.
Así la vida vence la muerte en y mediante la misma muerte que debe
padecer. Llevando toda su humanidad caída hacia un nuevo nacimiento;
llevando al viejo hombre hacia la posibilidad de ser un hombre
nuevo.
La Pascua, entonces, no deja de ser un llamado eterno al alma humana
para sentarse en la mesa del Señor; para compartir esta comida y
bebida que, lejos de adormecernos, nos provoca despertar a la acción
o a la vida activa.
Es un llamado como de repique de campanas. Sonando sobre todos, y
contagiando a cada uno su vibración con aquello que le es análogo.
Despertándonos así con un movimiento o actividad que dejamos de
poseer tras nuestra caída.
Veamos en esta simple imágen una pequeñísima idea de lo que
significaría la resurrección de los muertos. En donde nuestras
almas podrían ser llevadas desde su carácter inactivo, pétrido y
frío, -así como en su sepulcro-, hacia una vida o movimiento activo
y cálido, al encenderse en este espíritu.
Acostumbrados estamos a confundir las sensibilidades naturales de la
razón con esta vida que, en realidad, es de otra naturaleza.
Acostumbrados estamos a relacionar los sucesos del alma con aquellos
de la personalidad mundana, como si compartiesen un mismo principio,
una misma naturaleza y un mismo destino.
El espíritu de Dios habla al espíritu de los hombres, cuya
naturaleza es inmaterial e incorruptible. Son estos dos objetos,
también representados en el pan y el vino, que se nos ofrecen para
comer y beber; para introducir y asimilar en nosotros.
Las concepciones racionales sobre estos asuntos no sólo nos alejan y
distancian de poder tomar estas cosas con plenitud, sino que también
nos dispersa en el mundo exterior de las formas, y nos lo muestra
como un símbolo de algo que ya pasó, dejando esquiva la idea sobre
que está de hecho pasando. Ya que aún sucede y seguirá sucediendo.
Es por ello que esta es una Obra viva y no un suceso histórico.
Nuestra alma puede entonces dejar de ser aquella bella durmiente, al
ser despertada por el beso de Aquel que en verdad la ama. Puede
también dejar su inactividad mortal, en la cual es presa de nuestra
déspota razón, para resplandecer y brillar con su sabia belleza.
Puede, finalmente, ser agraciada con aquella muerte que es “para
gloria del Señor”, -a imagen de Lázaro-, y ser llamada a salir
fuera del sepulcro en el cual se encuentra, liberándose finalmente
de todas sus mortajas.
Posterior a ello, Lázaro compartió la mesa del Señor.
¡Podamos nosotros recibir también estas mismas cosas!
Felices Pascuas.
Tzadiq
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