Todo arte se auxilia de diversas
técnicas. Sin embargo, aunque se conozcan las técnicas a la
perfección, no es garantía de la creatividad y distinción de la
obra. Porque la técnica es sólo un medio para expresar o fijar el
arte, que es en verdad algo abstracto. De la misma manera, los
símbolos requieren técnicas de interpretación. Su función, es
desencadenar una catarsis que propicie la intuición. Por lo general,
encontramos varias recomendaciones: meditar sobre el símbolo,
dibujarlo, observar su representación, imaginarlo, incluso
discutirlo con otros. Finalmente, cada uno alcanza una técnica
propia, que es el sello particular del intérprete.
El símbolo tradicional transporta un mensaje cuya naturaleza no es sensible. Nos habla de algo que se encuentra más allá de nuestros sentidos físicos. Interpretar el símbolo, implica acceder a éste más allá. Es un viaje hacia fuera del reino de la materia. Un salto hacia el mundo de las causas. El pasaje hacia estos mundos sutiles requiere de ejercitar la intuición simbólica. Sin embargo, esta habilidad se encuentra fuera de la esfera de lo racional. Incomprensible y caprichosa, como toda musa, se muestra esquiva a los pensamientos cientifícistas y racionalistas. No es posible dar una receta infalible para atraerla. Pero, un buen primer paso, consiste en leer sobre simbolismo. Acercarse al símbolo, familiarizarse con él. Ver cómo otros intérpretes han resuelto el problema. Sin embargo, nada reemplazará la experiencia en carne propia. Es así, como la mentalidad racional puede ser expandida, enriquecida y transformada en una mentalidad simbólica. El motor para acceder a estos conocimientos, según Saint Martin, es el Deseo, que debe brotar no de la mente, sino del Corazón.
La segunda estación en nuestro
recorrido por la comarca de los símbolos es el Amor. Nos preguntamos
a qué se refieren los filósofos, teósofos e iniciados en general
cuando hablan del Amor. Como siempre, no hay una única respuesta. En
nuestro estudio nos enfocaremos en develar algunos aspectos
específicos de este simbolismo y de la practica martinista. El amor,
es ante todo una fuerza que une a los individuos. Por lo tanto el
valor simbólico debe estar relacionado a éste vinculo, que no es
temporario, sino duradero. Podemos afirmar, que la problemática de
la interpretación pasa por entender que es lo que se esta uniendo
por medio del amor.
Sobre el martinismo en particular,
encontramos ciertos simbolismos asociados al Amor, como el corazón y
la misericordia. Además, se dice que se trata de una vía cardíaca
y misericordiosa, porque apela al Amor Divino. Todo esto hace
referencia a ciertos aspectos filosóficos y operativos.
Decir que este Amor opera entre el
iniciado y la Sabiduría Divina, aunque es verdad, no deja de ser un
lugar común que no aporta nuevas luces sobre el asunto. Lo que si
podemos afirmar, es que previo a esta consumación, que corresponde a
la iluminación en el estado mas puro, existen iluminaciones o
estados parciales. Los que provocan un despertar progresivo del
iniciado. Esto sucede aún en una vía seca. En esta ocasión, analizaremos algunos
significados operativos del Amor sobre estos estados intermedios.
Unas de las primeras cuestiones que quisiéramos señalar, es que aquellos que conocen algo respecto del martinismo, saben que un martinista trabaja en su oratorio particular. Que éste lugar es su santuario y que en él se suceden las operaciones que lo comunican con lo superior. Contrario a lo que puede pensarse cuando hablamos de teúrgia, no se trata de algo complejo revestido de gran cantidad de elementos y complicados rituales. Esta idea es válida para una visión externa. Tal como se trabaja en el culto de los cohens. En el martinistmo, el teurgismo consiste, más que nada, en una forma particular de orar y de meditar. Por lo tanto, en el oratorio martinista, prima la sencillez y la frugalidad. A tal punto, que no se requiere un espacio exclusivo para él, porque puede ser desplegado en un lugar pequeño. La mayoría de la veces, es suficiente apenas con una vela, un pequeño símbolo y un poco de incienso. Allí, el iniciado trabaja pacientemente, casi desprovisto de elementos materiales. Paradójicamente, cuanto mas avanza en la vía, mas sencillo es éste oratorio. Hasta convertirse en algo verdaderamente interior. Este espacio sagrado material, se termina transformando en inmaterial. Entonces, el oratorio se vuelve cardíaco, íntimo y central. Porque una de las búsquedas mas importantes en el martinismo, es la del Templo Interno. Por eso, la humildad de corazón es algo fundamental para operar. Ella se expresa y refleja en la misericordia divina.
Unas de las primeras cuestiones que quisiéramos señalar, es que aquellos que conocen algo respecto del martinismo, saben que un martinista trabaja en su oratorio particular. Que éste lugar es su santuario y que en él se suceden las operaciones que lo comunican con lo superior. Contrario a lo que puede pensarse cuando hablamos de teúrgia, no se trata de algo complejo revestido de gran cantidad de elementos y complicados rituales. Esta idea es válida para una visión externa. Tal como se trabaja en el culto de los cohens. En el martinistmo, el teurgismo consiste, más que nada, en una forma particular de orar y de meditar. Por lo tanto, en el oratorio martinista, prima la sencillez y la frugalidad. A tal punto, que no se requiere un espacio exclusivo para él, porque puede ser desplegado en un lugar pequeño. La mayoría de la veces, es suficiente apenas con una vela, un pequeño símbolo y un poco de incienso. Allí, el iniciado trabaja pacientemente, casi desprovisto de elementos materiales. Paradójicamente, cuanto mas avanza en la vía, mas sencillo es éste oratorio. Hasta convertirse en algo verdaderamente interior. Este espacio sagrado material, se termina transformando en inmaterial. Entonces, el oratorio se vuelve cardíaco, íntimo y central. Porque una de las búsquedas mas importantes en el martinismo, es la del Templo Interno. Por eso, la humildad de corazón es algo fundamental para operar. Ella se expresa y refleja en la misericordia divina.
Ante éste panorama, podría pensarse
que el martinista trabaja aislado como una especie de eremita. Esto es verdad, sólo en
apariencia. Un martinista para realizar su trabajo, necesita atraer
la influencia espiritual. Para lograrlo, recurre al auxilio de sus
hermanos. Le es menester conectarse de manera sutil con los otros
iniciados. Esto se efectúa por una Fuerza de Unión invisible, que
vincula, más allá del tiempo y el espacio, todos los oratorios
martinistas. Así, aunque el martinista opere de manera personal, su
acción no es individual, sino grupal.
El martinismo, es ante todo,
una filosofía de la Unidad. Desde este punto de vista, La Vida
Universal es compartida por todos. Ella atraviesa y sostiene todos los
seres y todas las cosas de la Creación. Por lo tanto, para Orar de
verdad, hay que estar Vivo. Es decir, que la oración sea vivificada por esta Vida
Universal. Para el martinista, entonces, es preciso enlazar los
esfuerzos individuales con los colectivos. Esta Unión invisible, es
lo que se denomina la Cadena. Al orar o meditar, el martinista no lo
hace separado. Sino, que trabaja siempre en conjunto. Físicamente
puede estar aislado. Pero, en el plano sutil, se sumerge en el coro
de iniciados y participa del culto colectivo.
El oratorio,
finalmente, es instalado en el Templo del Corazón. Por lo que ésta Unión sutil de los oratorios particulares, es asimilada como
una Unión de los Corazones. A la cual, también se la conoce como
Concordia, Cadena de Unión, Lazos de Amor, etc. Cabría pensar en estos términos, sobre algunas sociedades secretas que
hacen alusión a estas cuestiones. Como por ejemplo, los Fedeli
d´Amore donde participaron Dante, Bocaccio, Petrarca, Cavalcanti y otros.
Entonces, ya no debe resultarnos sorprendente, que el Amor simbolice
la Fuerza de Unión que conecta a los corazones de los iniciados
entre sí y con la Sabiduría Divina.
Frederik
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El Amor como simbolismo - Serie Simbólica 2 por Sociedad de Estudios Martinistas se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial 4.0 Internacional.
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