(I. Introducción)
Como ya se ha venido mencionando en esta Serie, el hombre es un ser único que se encuentra dividido en sí mismo. Aunque lo diviso no es en su esencia, sino en su consciencia.
En la historia humana, esta
temática se ha tratado de innumerables formas y bajo diversas maneras. Tal vez
muchas de ellas no lo expongan tan directamente, o con tanta claridad, y por
ello quede como escondido ante la mirada superficial y analítica de los
hombres.
En el tránsito de las vías espirituales, las personas deberían ir recorriendo distintos grados que, usualmente, se otorgan por iniciación u ordenación. Cada uno de ellos es representativo de una cualidad y de un estado natural en el que se deben obtener ciertas nociones y conocimientos determinados, que sirven a la finalidad que cada vía se esmera por alcanzar.
En el tránsito de las vías espirituales, las personas deberían ir recorriendo distintos grados que, usualmente, se otorgan por iniciación u ordenación. Cada uno de ellos es representativo de una cualidad y de un estado natural en el que se deben obtener ciertas nociones y conocimientos determinados, que sirven a la finalidad que cada vía se esmera por alcanzar.
En realidad se trataría de ir
tomando consciencia sobre distintas fases de uno mismo, con el propósito de
poder unir todo aquello que en nosotros se encuentra disgregado o disperso; con
la única finalidad de llegar a comprender y discernir la unidad en todas las
cosas.
Dentro del orden natural que a
todos nos es común, podemos fácilmente interpretar esta cuestión cuando
recurrimos a las distintas instancias que los seres experimentamos a lo largo
de nuestras existencias mundanas.
El estado consciente que posee un
niño, no es el mismo que el de un adolescente. Diferenciándose éste además del
adulto y del anciano. Cada etapa aquí mencionada necesita que ciertas
experiencias sean vividas y desarrolladas en su propio orden temporal. Pero, de
todas ellas, uno podría generalmente decir que el hombre en su ancianidad es
quien, supuestamente, ha logrado una mayor experiencia de vida y una
consciencia de las cosas mucho más acabada que en el resto de las otras etapas
que él mismo ha transitado a lo largo de su existencia.
De igual manera no debe resultar
ser el mismo saber, aquel que una persona ha ido logrando a lo largo de su
preparación escolar. Ya que cada etapa significó un progreso y un crecimiento
particular muy importante, integrándose desde el jardín de infantes hasta su
logro profesional o especialización, cualquiera sea.
Pues bien, idénticos desarrollos
suceden igualmente en un orden distinto al descrito, cuando los hombres sienten
un llamado ignoto e íntimo de buscar en su alma espiritual, aquello que queda
sin respuesta satisfactoria al ser la vida racional o mundana el único recurso
en el que tales búsquedas se movilizan.
Dentro de un orden ubicado más
cercanamente entre lo moral y lo social, recuerdo cuando en mi adolescencia mi
padre me recomendara la lectura de “El
Hombre Mediocre” de José Ingenieros. En este libro se desarrollan distintas
instancias que el autor describe mediante tres diferentes aspectos brindados a
los hombres con los títulos de: Hombre Inferior, Hombre Mediocre y Hombre
Idealista.
Si hacemos referencia a la
masonería, por ejemplo, se ve esto reflejado por los tres grados simbólicos que
la misma posee. Haciendo del recién iniciado un Aprendiz, luego un Compañero y
finalmente un Maestro. Siendo el no iniciado ubicado en el mundo profano.
Otras órdenes, en cambio, utilizan
una escala de siete grados para determinar las instancias que el hombre debe
transitar para unificar su consciencia (existiendo tantas variantes como
órdenes). Pero debemos entender finalmente que estas gradaciones no deberían
ser sino meros formalismos utilizados para alcanzar un mismo fin. Ya que, en
gran parte, todas las escuelas abocadas al conocimiento de uno mismo, no
podrían lograr este sublime objetivo sin pasar gradualmente por aquellas
instancias que permitan finalmente reintegrar al hombre a su estado primario y
glorioso. Es decir, sin reintegrarlo a su unidad de consciencia.
Louis Claude de Saint Martin ha
también utilizado el simbolismo de los distintos estados en que el hombre puede
morar conscientemente, al reflejarlo y reflexionar sobre ello muy
particularmente. Tanto así que ha dedicado a cada uno de estos aspectos del
hombre, un título que los expone de manera clara y específica. Hablamos
concretamente del Hombre del Torrente, el Hombre de Deseo, el Hombre Nuevo y el
Hombre Espiritual.
En el libro Ecce Homo, si bien se
ha expresado con mayor contundencia sobre la condición humana en general,
dirigió su prédica sobre aquellos que buscan errantes el camino espiritual por
medio de obras temporales o aparentes. Intentando, por su medio, que el lector
reflexione y se cuestione sobre la raíz misma de la cual se nutre diariamente
en sus estados pensativos. Se dirige entonces al Hombre del Torrente, sobre
quien haremos próximamente una mención breve en la siguiente entrada de esta
Serie.
Tomás
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Los Hombres Simbólicos en el Martinismo - Serie Simbólica 10 por Sociedad de Estudios Martinistas se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial 4.0 Internacional.
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