(IV. El Hombre Nuevo)
Cuando el Hombre de Deseo
haya sido completamente consumido en su propio ardor, todo lo que era dejará de
ser. No habrá más una llave y una puerta por abrirse, sino que él sentirá haber
entrado a un mundo nuevo.
Se abre paso a la vida, y con
ella todo el amor y la sensibilidad que vivifica. Este hombre se siente renacer
en su propia primavera, observando cómo aquello escondido dentro de la corteza
del viejo hombre es ahora revelado en un primer brote que, mediante las raíces
de su deseo, logró finalmente abrirse paso hacia la luz.
¡Ha nacido el Niño! se oirá
por derredor, ¡Ha nacido un Hombre Nuevo! Símbolo que ha nacido la luz y la
vida en medio de la humanidad caída como promesa de salvación.
Este nuevo ser consciente,
asimilado en la unidad, ve nacer en sí mismo -en su propio universo terrestre-,
una vida que escapa a su mortandad. Él entiende ahora que lo vivo pertenece a
otro orden, y que tras haber sido regenerado puede regenerarlo todo a su
alrededor.
Con estas palabras lo
expresó nuestro Salvador: “ves madre, yo
hago todas las cosas nuevas”. Hablamos por tanto del hombre espiritualmente
renacido, en quien la luz es comprehendida, y quien se haya bajo gracia divina
por haberse vuelto un niño y heredero del reino.
El Hombre Nuevo es además de
carácter íntimo e indescifrable para todo aquello que aún convive en y con él
en este mundo.
Para el martinismo, el
Hombre Nuevo representa a aquel que se une, -así como en un matrimonio
indisoluble-, al Santo Espíritu de Dios. Su alma ya no condice ni actúa de
acuerdo al dictado del espíritu de aquellas cosas que multitudinariamente lo
conducían hacia los constantes ciclos que replicaban su caída. Ahora su alma se
entrega solo al Espíritu vivo de la unidad, quien recíprocamente la recibe, ama
y corona.
Una magnífica y muy bella
representación de esta unión amorosa puede leerse en el Cantar de los Cantares;
y su representación simbólica en el relato de las Bodas del Cordero.
“Veamos, pues, a este hombre nuevo que disfruta ampliamente de los
derechos de su ser y de los innumerables favores del principio regenerador que
ha querido penetrar en él. Veamos cómo una especie de diques, lo mismo que los
de un gran río, le cierran el paso y lo mantienen dentro de su cauce, para que
no pueda salirse de él y transporte tranquilamente sus aguas a todos los
territorios que recorre; pero fijémonos todavía más en cómo se prepara este
magnífico destino” (El Hombre Nuevo, 32)
Con esta frase Saint Martin
indica el retorno del hombre a su verdadero orden natural, en el cual él se
siente libre y sin resistencias. Sin embargo, si bien en nuestro estado la
regeneración pueda observarse como un fin en sí mismo, ella retrata solo un
comienzo. Porque el retorno del hombre a su primitivo estado espiritual es el
punto inicial desde el cual la verdadera obra debería empezar a modelarse. En
tanto que es en esta nueva vida, de la cual el hombre jamás debiera haberse
apartado, que él debe retomar los pasos de los que se extravió.
Dios espera del hombre los
frutos de aquellos gérmenes que Él mismo sembró en su alma espiritual, los que
hasta el momento no han sido manifiestos en las labores humanas. Debe ser obra
del hombre, entonces, el volverse hacia su cauce original para recobrar los
dones y derechos de su naturaleza. Esta nueva condición favorecerá que la obra
del hombre espiritual pueda ser efectivamente llevada a cabo.
Sin embargo, no debemos
pensar que el Hombre Nuevo no corre riesgos ni peligros. Su nacimiento se
produce en este mundo, el cual es hostil y lo rechaza en todo momento. Existirá
pues una lucha, una guerra en el interior del mismo hombre. El hombre nuevo es
un agente de la unidad y por tanto buscará en todo momento unir lo disperso,
cargándolo consigo hasta poder llevarlo todo nuevamente hacia esa vía, o dentro
de ese cauce en el cual ser dirigido a todos los territorios sin salirse de sí.
Si él logra unificar todo su
ser y devolverlo finalmente a su sitio, terminará cargando entonces su propia
cruz, muriendo así a su propio estado mortal. Esto es el fundamento de todas
nuestras labores aquí abajo, ya que es necesario que la regeneración sea
completa, y para ello es preciso que no quede ya nada del viejo hombre. Será
entonces cuando se pueda finalmente decir: Consumatum
est.
Lo que viene y prosigue es
la obra misma que el hombre debe espiritualmente emprender y concluir hasta
alcanzar la reintegración.
Tomás
*
* *Los Hombres Simbólicos en el Martinismo - Serie Simbólica 17 por Sociedad de Estudios Martinistas se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial 4.0 Internacional.
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