viernes, 25 de julio de 2014

Los Hombres Simbólicos en el Martinismo - Serie Simbólica 18

(V. El Hombre-Espíritu)

 

Cierto es que el hombre nuevo representa a quien ha renacido en el espíritu de Dios, y que por ello puede también ser llamado Hombre Espiritual. Sin embargo L. C. de Saint Martin ha descrito ciertas diferencias entre estas denominaciones, queriendo con ello marcar las dos etapas importantes que este nuevo ser viene a completar hasta su mismo fin. Porque el hombre nuevo trae nuevamente la vida espiritual al alma humana, y por ella todo nuestro ser se ve íntegramente renovado en su naturaleza, a causa de este nuevo sol que todo lo vivifica.

Pero como anteriormente se hubo anticipado, este nacimiento o novedad en el hombre, no es el fin último al cual nos dirigimos. Porque nada existe espiritualmente sino para desarrollar y llevar adelante aquello que le es propio de acuerdo a los dones recibidos. Entonces deberíamos preguntarnos ¿Cuál ha de ser la finalidad por la cual el hombre busca su regeneración, y cuál el sentido de la nueva vida?, finalmente ¿Qué será aquello que este espíritu quiere revelar en nosotros?


Entonces el hombre observa que renacer bajo esta nueva forma es solo un principio que le permitirá el desarrollo para su posterior obra. Por tanto todos los esfuerzos del darnos a luz renovados no son más que para aprehender la vida, crecer en ella como hombres de Dios y así entonces poder obrar y administrar los recursos que, con Su mismo espíritu, Él nos hubo revestido.

A causa de ello el Filósofo Desconocido denomina Hombre Espiritual a aquel que ejerce el Ministerio o la administración del poder graciosamente recibido, obrando de acuerdo a los mandatos y voluntad de Dios.

Entonces, si decimos que la regeneración del hombre, o el hombre nuevo, devuelve al mismo la cualidad primitiva, en tanto imagen y semejanza suya, tras ello debe advenir el orden universal y el establecimiento de la paz y la armonía por su misma mano. En definitiva, el hombre espiritual debería retomar la obra inconclusa que el viejo hombre dejó al caer en la muerte, y así sojuzgar la Tierra. Devolviendo mediante su palabra y acción el estado virginal primitivo a toda la naturaleza terrestre.

Tal vez podríamos decir que existen dos momentos, o dos sucesos, en las labores del hombre nuevo. Siendo una aquella que comienza con su nacimiento en la pobreza y oscuridad en la que habita, donde crecerá y se mantendrá con sus padres. Mientras que será otro el momento a partir del cual su hora llegue, reciba el Crisma y se entregue a culminar la obra a la que fue llamado a realizar desde el principio de su creación y por la llegada a este mundo.

El hombre espiritual es quien encuentra la llave de los siete sellos que cierran a la inteligencia humana la lectura de los libros esenciales que le muestran abiertamente el origen y destino de todas las cosas en sí mismo. Libros que, siendo el mismo hombre quien los contiene como editados dentro de un único volumen (que él mismo es), los desconoce y se encuentra anegado a llegar a ellos cuando no comulga ni forma parte con su espíritu.

El hombre espiritual es quien, además, se encarga de recolectar dentro de sí todos los dolores y virtudes que le son propios, para reunirlos y llevarlos con él hacia el destino que a cada uno conviene (o al que naturalmente pertenecen). Devolviendo a cada parte de su mundo lo que le es propio, afín de establecer la armonía en este mismo universo.

Su finalidad última consiste en transformarlo todo hasta transfigurar sus distintos cuerpos, reintegrándose así a la nueva humanidad como miembro activo y vivo en ese cuerpo social que es Cristo.

Porque el Hombre no solo debe nacer espiritualmente en Cristo dentro de este mundo, sino que luego debe, con toda su mortandad, morir en él para limpiarse, sanar sus heridas y lavar sus males, a manera de regresar definitivamente a la única vida para la cual su ser fue hecho, y a la única luz en la que todo el tiempo se siente revivir sin apariencia alguna.

Estos hombres son los llamados elegidos, o hijos, a quienes el Padre de familia reconoce, acepta y ama, porque son ellos los miembros que conforman el cuerpo de Cristo, que no es otra cosa que la Nueva Humanidad o el Nuevo Adán.

Es así que la reparación logra efectuarse, que el cuaternario retoma su sitio central, y que la vida universal se restablece en su espíritu para la gloria del Dios Supremo de todos los Seres.

“... aunque el hombre haya nacido para el espíritu, no puede disfrutar de las dulzuras ni de las luces del espíritu más que en la medida en que él haya empezado a hacerse espíritu. Por eso es por lo que la sabiduría activa e invisible hace que descienda continuamente su peso sobre el hombre, para agrupar sus fuerzas y sus principios de vida espiritual. Además, esta sabiduría activa e invisible no hace que descienda así su peso sobre el hombre sin verter en su corazón algunas de esas influencias vivas de las que es órgano y ministro entre las cuales hace eternamente su morada.

Al encontrarse para él lo de arriba y lo de abajo en una analogía perfecta, siente que la paz que encuentra en estas regiones invisibles está también dentro de él. No sabe si su interior está en este exterior divino o si este exterior divino está en su interior. Lo que sí nota es que todo esto no parece ser más que una sola cosa para él, que todas estas cosas y él tienen el aspecto de no ser más que una sola y misma cosa” (extractos H. N. 50).


Tomás


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