(V. El Hombre-Espíritu)
Cierto es que el
hombre nuevo representa a quien ha renacido en el espíritu de Dios, y que por
ello puede también ser llamado Hombre Espiritual. Sin embargo L. C. de Saint
Martin ha descrito ciertas diferencias entre estas denominaciones, queriendo
con ello marcar las dos etapas importantes que este nuevo ser viene a completar
hasta su mismo fin. Porque el hombre nuevo trae nuevamente la vida espiritual
al alma humana, y por ella todo nuestro ser se ve íntegramente renovado en su
naturaleza, a causa de este nuevo sol que todo lo vivifica.
Pero como
anteriormente se hubo anticipado, este nacimiento o novedad en el hombre, no es
el fin último al cual nos dirigimos. Porque nada existe espiritualmente sino
para desarrollar y llevar adelante aquello que le es propio de acuerdo a los
dones recibidos. Entonces deberíamos preguntarnos ¿Cuál ha de ser la finalidad
por la cual el hombre busca su regeneración, y cuál el sentido de la nueva
vida?, finalmente ¿Qué será aquello que este espíritu quiere revelar en
nosotros?
Entonces el hombre
observa que renacer bajo esta nueva forma es solo un principio que le permitirá
el desarrollo para su posterior obra. Por tanto todos los esfuerzos del darnos
a luz renovados no son más que para aprehender la vida, crecer en ella como
hombres de Dios y así entonces poder obrar y administrar los recursos que, con
Su mismo espíritu, Él nos hubo revestido.
A causa de ello el
Filósofo Desconocido denomina Hombre Espiritual a aquel que ejerce el
Ministerio o la administración del poder graciosamente recibido, obrando de
acuerdo a los mandatos y voluntad de Dios.
Entonces, si decimos
que la regeneración del hombre, o el hombre nuevo, devuelve al mismo la
cualidad primitiva, en tanto imagen y semejanza suya, tras ello debe advenir el
orden universal y el establecimiento de la paz y la armonía por su misma mano.
En definitiva, el hombre espiritual debería retomar la obra inconclusa que el
viejo hombre dejó al caer en la muerte, y así sojuzgar la Tierra. Devolviendo
mediante su palabra y acción el estado virginal primitivo a toda la naturaleza
terrestre.
Tal vez podríamos
decir que existen dos momentos, o dos sucesos, en las labores del hombre nuevo.
Siendo una aquella que comienza con su nacimiento en la pobreza y oscuridad en
la que habita, donde crecerá y se mantendrá con sus padres. Mientras que será
otro el momento a partir del cual su hora llegue, reciba el Crisma y se
entregue a culminar la obra a la que fue llamado a realizar desde el principio
de su creación y por la llegada a este mundo.
El hombre espiritual
es quien encuentra la llave de los siete sellos que cierran a la inteligencia
humana la lectura de los libros esenciales que le muestran abiertamente el
origen y destino de todas las cosas en sí mismo. Libros que, siendo el mismo
hombre quien los contiene como editados dentro de un único volumen (que él
mismo es), los desconoce y se encuentra anegado a llegar a ellos cuando no
comulga ni forma parte con su espíritu.
El hombre espiritual
es quien, además, se encarga de recolectar dentro de sí todos los dolores y
virtudes que le son propios, para reunirlos y llevarlos con él hacia el destino
que a cada uno conviene (o al que naturalmente pertenecen). Devolviendo a cada
parte de su mundo lo que le es propio, afín de establecer la armonía en este
mismo universo.
Su finalidad última
consiste en transformarlo todo hasta transfigurar sus distintos cuerpos,
reintegrándose así a la nueva humanidad como miembro activo y vivo en ese
cuerpo social que es Cristo.
Porque el Hombre no
solo debe nacer espiritualmente en Cristo dentro de este mundo, sino que luego
debe, con toda su mortandad, morir en él para limpiarse, sanar sus heridas y
lavar sus males, a manera de regresar definitivamente a la única vida para la
cual su ser fue hecho, y a la única luz en la que todo el tiempo se siente
revivir sin apariencia alguna.
Estos hombres son
los llamados elegidos, o hijos, a quienes el Padre de familia reconoce, acepta
y ama, porque son ellos los miembros que conforman el cuerpo de Cristo, que no
es otra cosa que la Nueva Humanidad o el Nuevo Adán.
Es así que la
reparación logra efectuarse, que el cuaternario retoma su sitio central, y que
la vida universal se restablece en su espíritu para la gloria del Dios Supremo
de todos los Seres.
“... aunque el
hombre haya nacido para el espíritu, no puede disfrutar de las dulzuras ni de
las luces del espíritu más que en la medida en que él haya empezado a hacerse
espíritu. Por eso es por lo que la sabiduría activa e invisible hace que
descienda continuamente su peso sobre el hombre, para agrupar sus fuerzas y sus
principios de vida espiritual. Además, esta sabiduría activa e invisible no
hace que descienda así su peso sobre el hombre sin verter en su corazón algunas
de esas influencias vivas de las que es órgano y ministro entre las cuales hace
eternamente su morada.
Al encontrarse
para él lo de arriba y lo de abajo en una analogía perfecta, siente que la paz
que encuentra en estas regiones invisibles está también dentro de él. No sabe
si su interior está en este exterior divino o si este exterior divino está en
su interior. Lo que sí nota es que todo esto no parece ser más que una sola
cosa para él, que todas estas cosas y él tienen el aspecto de no ser más que
una sola y misma cosa” (extractos H. N. 50).
Los Hombres Simbólicos en el Martinismo - Serie Simbólica 18 por Sociedad de Estudios Martinistas se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial 4.0 Internacional.
Tomás
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