jueves, 23 de octubre de 2014

Un atajo al centro del laberinto - Serie Breve 24




No es mediante los símbolos rituales ni vestido de blanco como el Superior Incógnito se presentará tanto a los enfermos del cuerpo como del alma, sino veladamente, desconocido, actuando mediante el corazón del que habla el lenguaje del amor. No hay ningún rasgo de pasividad en este hombre de deseo que puede elevarse meditando en si mismo las santas escrituras, la vía de los antiguos, buscando la unión con Dios. La acción exterior no será más que la manifestación de un estado interior: “Buscad el reino de Dios y lo demás se os dará por añadidura...”

Jean Louis de Biasi


El martinismo es el resultado de la iluminación teosófica de Louis Claude de Saint-Martin. Por eso, la vía íntima no es la adaptación, ni la continuación de las prácticas cohen, ni de la teosofía de Jacob Boehme. Ni siquiera existía algo así en la línea de los S.I. La vía cardíaca nace con el Filósofo de Amboise. Es indudable que para alcanzar esta iluminación, Saint Martin se formó en diferentes escuelas de esoterismo. Sin embargo, el martinismo no es una recopilación de algunas piezas de distintos sistemas. Se trata de un cuerpo, un todo diferente de las doctrinas y de las practicas que el propio Saint-Martin estudió. Es un camino nuevo, elaborado a partir a sus investigaciones y sus experiencias.

El Filósofo Desconocido fue alguien comprometido con los sucesos sociales. Los turbulentos cambios que se desataron en su época le impactaron notablemente. Era consciente de que la revolución generaría un nuevo orden social y modificaría la forma en que los hombres veían el mundo. Esta transformación tendría incidencia en lo esotérico. Se dio cuenta que las invocaciones y la pompa ritual de los cohen estaban condenados a desaparecer. Observó que el misticismo pasivo y contemplativo, no era algo que pudiera despertar el Deseo de sus contemporáneos. Una revelación, al estilo de la de Jacob Boehme, no era viable para los buscadores porque sólo le sucedía a los elegidos. Advirtió que la masonería especulativa, como camino espiritual, había nacido muerta. Con sus recargados rituales y decoraciones, conducía al iniciado hacia la luz de la razón y de la erudición, dándole la espalda a Dios. Ni siquiera la rectificación de Willermoz reunía las condiciones necesarias para que la masonería aspirara a la Reintegración. Por estos motivos, la descartó de plano. Los hombres para los que fueron concebidos estos métodos, pertenecían al pasado. Ya habían desaparecido en los tiempos de Saint-Martin. La revolución pregonaba que se debía confiar más en los sentidos y en la razón que en la religión o en los misterios. El lenguaje y la mentalidad habían cambiado una vez más. La forma de trasmitir el conocimiento espiritual debía adaptarse, o la tradición occidental terminaría disecada en algún museo.

Saint Martin se enfrentó a este dilema. Él veía en el creciente ateísmo una amenaza contra la espiritualidad, cuyas llamas se apagaban rápidamente. Las antiguas formas donde se conservaba la Filosofía Perenne, no tenían lugar en el nuevo orden. Entendió que se necesitaba buscar otra manera de despertar al hombre moderno del sueño de la materialidad. Había que deshacerse de toda esa parafernalia ritual, mágica y anacrónica. Era el momento de ir hacia la esencia del problema. De prescindir de elementos exteriores, de recargadas liturgias, de títulos y de grados. Ellos eran el estigma y la herencia de una nobleza corrupta, decadente y perseguida. Los revolucionarios, pregonaban la libertad y la igualdad, pero en sus sociedades secretas se daban títulos y honores que deseaban abolir en el mundo profano. El Filósofo Desconocido concibió que, tal como se desprenden del árbol la corteza y las hojas secas, había que desprender del tronco de la tradición occidental los arcaicos ornamentos que ahora resultaban estériles. Era el momento de dejar al descubierto el verdadero trabajo que abría la puerta de la Reintegración. Se requería de una vía libre de supersticiones y, a la vez, fuertemente intuitiva. Que permitiera acceder directamente al centro del laberinto. Con el fin de que, sin tantos rodeos, se de muerte al Minotauro rápidamente. En éste contexto nace la vía cardíaca de Saint-Martin: central, seca y austera. Pero, altamente eficaz para llevar la mente racional hacia la intuición espiritual.

El martinismo nació como algo íntimo y, como tal, sólo lo encontramos en lo más profundo y sagrado de nuestro Ser. A semejante práctica, no se puede acceder por una simple ceremonia de iniciación. Porque los ritos son sólo símbolos que nos predisponen a ciertos estados interiores. Para penetrar en el verdadero martinismo, hace falta adiestrarse en las técnicas que nos permiten alcanzar la Hondura del Alma Humana. Allí, donde la Vida Universal borra el límite entre lo individual y lo plural, no hay invocaciones ni intermediarios que puedan ayudarnos. Teseo mata al Minotauro, o el Minotauro mata a Teseo. Nos reunimos con la Presencia Divina o continuamos nuestra tribulaciones en las miserias de la Caída. 

La crudeza de una vía desprovista de ornamentos puede ser muy dura para el neófito. El martinismo, es un camino en el que se alcanza la Iluminación por medio de operaciones que avivan el fuego de la purificación. Ellas son las pequeñas reintegraciones que conducen a la Unidad de Deseo y a la Regeneración. El martinista se despoja de todo con lo que la materia lo ha recubierto. Se presenta desnudo frente a la Sabiduría. Cuanto más avanza hacia ella, más interno y discreto es el trabajo. Por eso, no es una vía fácil de asimilar para aquellos que gustan de los grados, de las decoraciones y de las jerarquías. A medida que nos acercamos al centro del Alma, la personalidad mundana se vuelve más liviana. Se va transformando en un tenue vapor que, finalmente, desaparece en la atmósfera de la pluralidad. Entonces, el iniciado se convierte en un desconocido entre desconocidos.

La vía íntima nos guía hacia el abismo del Ser. Pero no se trata de abandonarnos a la contemplación, sino de involucrarnos con la acción del Deseo. Es necesario liberarnos de la Bestia opresora que ocupa este lugar central. El martinista debe asumir el rol que le está predestinado, con todo lo que ello implica. Debe reclamar el lugar que le corresponde al hombre dentro la Humanidad Restaurada. Sólo así, se convertirá en un agente de lo Divino y su voluntad se alineará con el fluir universal de la cosmogonía. Pero para lograrlo, tendrá que poner orden donde antes sembró el caos. Deberá impartir justicia con quienes fue injusto. Tendrá que ser piadoso en donde desató la ira. Se mostrará prudente, cuando antes lo dominó el arrebato. En definitiva, debe recuperar el Trono del Hijo del Hombre. Es decir, el gobierno de si mismo. Porque estando ciego y no siendo consciente de lo que hacía, no comprendía las consecuencias de sus actos, aún sufriéndolas en el mismo. Pero, una vez que la Sabiduría le haya abierto los ojos, no podrá soportar la carga de seguir actuando en contra de quien todo le ha dado y que no espera otra cosa que devolverlo a su antigua Gloria.


Nadeo


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