sábado, 16 de agosto de 2014

Arcanos Mayores del Tarot – V. El Papa – Serie Simbólica 21



"Porque cuando, en reiteración del primer crimen, el hombre usurpa tan a menudo los derechos de la Divinidad sobre la Tierra, es sólo para profanar el Nombre, y envilecerlo con una nueva prostitución. Bajo este Nombre sagrado, decide, extravía, engaña, tiraniza, degüella, masacra. Entonces ¿Hacia quién este Dios tan extraño ejerce derechos más extraños todavía? Es hacia el hombre, hacia su semejante, hacia el Ser de su especie, y que por consiguiente tiene el mismo derecho que él al título de Dios."

Louis Claude de Saint Martin – Tableau Naturel


Continuamos nuestro viaje por el mundo de los arcanos. Le bateleur, nuestro anfitrión, nos guía ahora hacia la comarca de la Fe. Nos presenta al amo de todas las creencias: le Pape. Este personaje posee una tiara de tres coronas que indican las tres regiones: la divina, la espiritual y la natural. El cayado con la cruz de tres travesaños simboliza con sus siete puntas y sus tres nudos la primera década de los números sagrados, es decir, los principios ocultos. Sostiene la cruz con la mano izquierda enguantada que nos remite al cardias como centro sensible del hombre y eje de lo espiritual. Le Pape, es también el pontífice. Aquél que cumple la función de puente entre las regiones superiores y las inferiores. Las dos columnas detrás indican que se encuentra en un templo. Los dos sacerdotes que se acercan a su trono donde reciben la bendición, constituyen la jerarquía de toda la estructura eclesiástica. Nuestro papa, no sólo está revestido de un poder supuestamente espiritual, sino que también está anclado fuertemente en lo material y en lo social.


En un primer análisis, esta lámina parece aludir a la Iglesia Católica. Sin embargo, el Filósofo Desconocido interpreta que se refiere a la problemática de todas las falsas doctrinas:

Ellas debilitan en el hombre el principio de la vida; lo corrompen hasta en su germen; hacen que el que debería decir la verdad, y el que estaba sólo a un paso de obtenerla, vea apagarse en él este impulso precioso, este instinto virgen y sagrado, que naturalmente le hacía buscarla como su único apoyo: por fin, se estremece hasta el mismo Sabio, el Universo corre el riesgo de no contener ni a un solo hombre virtuoso en su seno: y he aquí los dolores deplorables producidos por estas doctrinas falsas que endurecen al hombre ante la ley de su Ser, y lo privan más aún de su verdadera morada.”
L.C.S.M.

La trampa sobre la que nos advierte nuestro comediante callejero, son aquellos que se arrogan la exclusividad del nombre divino, que sacan provecho de él, por medio de las influencias de su poder y de manipular la fe ajena. Las doctrinas que predican diferencias entre los hombres, casi siempre infundadas y tendenciosas, no comprenden que toda la humanidad está igual de perdida, sin importar la religión, el sexo, la raza, la nacionalidad, ni el estatus social. Que no puede haber sustanciales diferencias entre los hombres caídos. Que estando todos en el mismo plano, los elementos nos combaten a todos por igual apenas se ha creado nuestro cuerpo material. Que nuestros cuerpos, sometidos al paso del tiempo, sólo poseen dos estados posibles: la decadencia y la muerte.

El esoterismo, lejos de admitir representantes exclusivos de Dios a los que hay que acudir obligatoriamente, propone que seamos cada uno de nosotros nuestra propia iglesia. El camino espiritual puede tener guías, pero no representantes. ¿Quien, de entre todos los hombres caídos en el lodo de las miserias humanas, puede interceder ante el Principio Primero, a nombre nuestro, mejor que nosotros?

Todas las religiones se apresuran a crear un monopolio de las comunicaciones con lo Divino. Y de ésta supuesta gracia, se desprende la interpretación de la Palabra, la apropiación del Nombre, la justificación de las jerarquías y hasta el comercio de la fe. Pero no se detienen allí. Además, amenazan, persiguen, condenan, y castigan a quienes no profesan la misma religión. Porque toda religión es una parcialidad dogmática, y por lo tanto, carece de la profundidad espiritual para alcanzar la Unidad. Entonces, si el hombre posee un alma que siempre le ha pertenecido al Principio Primero porque de él ha sido emanda, ¿cómo osa otro hombre igual de caído, débil, ciego y perdido, interponerse entre la Causa Primera y su creación?

El iniciado debe entablar una comunicación directa con lo divino. No hay intermediarios que oficien por otros, ni que interfieran esta comunicación. Un verdadero iniciado no rinde honores más que a la Causa Primera. Esta capacidad del culto individual, de penetrar en los misterios, siempre ha sido propia de los iniciados de todas las épocas. En el martinismo, el oratorio particular es la expresión más acabada de la comunicación con lo Divino. El martinista penetra en su oratorio en soledad, para ponerse ante la Divinidad por Su Caridad y Su Gracia. No hay misterio más inefable, ni ejercicio más íntimo. Es el Santo de los Santos, donde el iniciado puede, a través de la experiencia mística, acceder al goce de algunos destellos de la Gloria que poseía el Hombre Primordial.


Frederik


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