viernes, 23 de enero de 2015

El cientificismo, o el oscurantismo de la razón - Saga Esencial II - Serie Breve 28




En los albores de la edad moderna, la Tradición occidental se enfrentó a un problema que ya había sido advertido por numerosos filósofos. Quizás, uno de los primeros en comprender que habría una ruptura entre la ciencia y la religión fue Raymundo Llul. El advirtió este conflicto, y dedicó gran parte de su obra a tratar de dejar las bases para solucionar el problema de la continuidad de la Tradición en una sociedad dominada por el impulso obsesivo de la racionalidad científica. Cuando hablamos de Tradición, como ya se ha explicado en estos artículos, se trata de una unidad que va más allá de lo temporal. La Tradición implica una explicación no sólo de las causas pasadas, sino del fin mismo de las cosas. Es decir, que requiere responder cual es la finalidad por la que tal fenómeno existe. Esta respuesta se encuentra por fuera de todo pensamiento científico, ya que éste último está limitado a dar una explicación de las causas pasadas y materiales de los fenómenos que observa. La ciencia, por ejemplo, explica satisfactoriamente como una semilla, expuesta a ciertas condiciones de temperatura y humedad, puede germinar y dar origen a una nueva planta. Pero es incapaz de responder el fin por el que la planta en sí misma existe. No puede explicar la finalidad última del Ser. Por eso, la ciencia occidental, es sólo una mirada parcial y cercenada de la existencia.

El hecho de que la cultura occidental esté brutalmente dominada por los conceptos científicos, como otrora estaba dominada por las creencias religiosas, nos deja atrapados en una existencia pobre y limitada. Nuestras expectativas son impuestas por las causas pasadas, las cuales son innumerables, pues la semilla tuvo como origen otra planta y esta a su vez otra semilla y así sucesivamente. Sólo somos una colección de causas y efectos que no logran alcanzar jamás una causa definitiva. El hombre es presentado como una sucesión de causalidades guiadas por las reglas de la ciencia. Entonces, nuestra existencia individual es reducida a una consecuencia de los hechos pasados, desprovista de toda intensión o finalidad última. La noción del Ser se hunde en un mundo donde el individuo es sólo el producto del las circunstancias pasadas. Pero sobre todo, es frustrante que el pasado, que todo lo condiciona, resulta ser un tirano imposible de derrocar. Porque al ser inalcanzable desde el presente, se vuelve irreversible e implacable. Además, no hemos elegido nacer en éste tiempo ni en este lugar. Ni siquiera hemos podido escoger a nuestros padres. Ante semejante concepción, la existencia carece totalmente de sentido. La vida es una trampa, en la que sólo avanzamos hacia la muerte. Esta ceguera colectiva, es fomentada por un verdadero fanatismo de la ciencia. El fanatismo religioso ha sido reemplazado por el cientificismo.  La ciencia, mediante la técnica y la tecnología, impera sobre las instituciones y la organización social, ya que da seriedad y reconocimiento a nuestras acciones. La ciencia se ha convertido en el eje de la existencia humana.

Semejante obstinación, ha tejido una sociedad impersonal, maquinal, que apunta a la eficiencia, a la productividad y a la quimera de un avance tecnológico  y económico ilimitado. El sí mismo del hombre, ha sido arrinconado, fusilado y enterrado en los abismos de la indiferencia más absoluta. Mientras, asistimos al intolerancia de la razón, cuyo paradigma de una humanidad unida, consiste en atraparnos en un mundo sin diferencias, completamente globalizado y estandarizado. La frontera de lo individual se reduce ante la moda, ante la comunicación omnipresente, ante el avance de los productos de última generación. Las ideologías nos muestran un doble discurso sobre una política racional y una teoría del poder que explica las desigualdades como un sacrificio necesario para el bien de todos. El individuo es aplastado por una estandarización a escala planetaria. ¿Que aspectos de una persona tienen valor social? Sólo aquellos que pueden ser volcado en los formularios web de las redes globales, en los sitios del Estado y en el de las las instituciones económicas. Hemos llegado al punto en que se confunde la persona real con su construcción virtual. Un individuo se define por lo que puede almacenarse de él en una base de datos. La era de la información, es una prisión cuyas celdas son estos esquemas estandarizados representados por las matrices multidimensionales en los que se almacenan nuestros datos. Sólo es relevante el dato, sin importar si es real o no. No es casual, que al universo de la información se lo designe con el nombre de "realidad virtual", término que expresa una paradoja existencial. Por supuesto, que la tecnología no es el problema, no lo ha sido en el pasado, ni lo será en el futuro. El olvido del espíritu y el abandono del alma ocurren cuando, socialmente, el concepto de ser humano es reducido a sus actos tecnológicos.

El cientificismo, con sus raíces materialistas y racionales, en la vida cotidiana trata de postergar indefinidamente el Alma Humana. Sin embargo, debemos distinguir el cientificismo de la ciencia. Porque la ciencia, por más banal y superficial que sea, en si misma posee un valor, al menos en la vida material del hombre. En cambio, el cientificismo pregona que sólo la ciencia debe determinar la existencia del hombre en lo individual y en lo social.

El cientificismo, como todo culto fanático, posee un elemento represor, tal como la inquisición fue el elemento censor en la Europa medieval. El aparato supresor cientificista opera para desacreditar, negar y perseguir a todo aquello que pueda dar respuesta a lo que la ciencia no puede responder. Sin importar si las corrientes hostigadas son artísticas, filosóficas, religiosas o esotéricas. Todo lo que no provenga de la ciencia, será primero desprestigiado y ridiculizado, y luego perseguido, hasta de ser necesario, mediante leyes que lo prohíban.

El ser humano ha tomado hace tiempo el curso de lo intelectual y ha abandonado la senda de la superstición. El cientificismo es una amenaza en el camino, por cuanto que intenta reducir la naturaleza de lo intelectual a lo meramente racional. El intelecto, como todo atributo del Hombre, posee una raíz inalterable, o lo que es lo mismo, un origen sagrado, ya que es un reflejo del propio Intelecto Divino. Desde ésta mirada, es fácil comprender que el aspecto racional del intelecto es uno de los más básicos y bajos. Pero la miopía del cientificismo, nos presenta a la razón como si fuera la cúspide del Intelecto. Saint Martin, consciente de que estas corrientes, en extremo racionalistas, llevarían a la humanidad al ateísmo y al olvido del Alma, concibió la vía íntima como el proceso por el cual el Intelecto del Hombre puede escapar de la trampa de la racionalidad y ser conducido hacia el Corazón, que es el verdadero Centro de su Ser. La vía cardíaca restaura al Corazón como Centro Espiritual y como el lugar desde donde el Intelecto es capaz de alcanzar todo su potencial.


Constancio


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2 comentarios:

  1. Creo que actualmente el metodo cientifico ya es obsoleto para definir mucvhos fenomenos naturales se sabe que electricidada como concepto es el paso de laos electrones atrvez de un conductor se manifiesta pero no lobemos y si embarga pasa por ese conductor para alcansar la ilumunacion se la glandula pineal se manifiesta y el individuo que lo vive lo sabe es cientifico para esa persona pe5ro para los demas no. de alguna manera el problema es filosofico.

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  2. El olvido del Ser es también el olvido de la filosofía y del arte, porque ambos son capaces de desbordar lo individual y redefinirlo al mismo tiempo. Hoy existe un interés creciente en la búsqueda de lo espiritual en lo filosófico y por fuera de las formas religiosas heredadas de otros tiempos. Gracias por comentar.

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